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CAMBIAR TODO, MENOS YO

(Publicado en el espacio Opinión Pública de Última Hora el viernes 23 de abril de 2010)

Hace dos años, con la frase del "cambio", se generó en este país una especie de revolución que partió de los estratos gobernantes hasta las capas sociales más bajas. Hoy, esta palabra suena gastada y hasta es sinónimo de mentira.

Fue la palabra que catapultó a nuestro actual presidente. Es lo que creímos que tenía que hacerse y era lo que la mayoría pensó: cambiar a los gobernantes de ese momento debido a su absoluta falta de credibilidad. Es que con la crecida corrupción de esos gobiernos, necesitábamos creer en ese cambio. Resulta tan cómodo y fácil solicitar desde nuestro sofá algo tan difícil y complejo. Y aún más difícil resultaría ser el prometedor de ese cambio. Y es así que pensamos que tenía que cambiar el gobierno colorado y se cambió por el gobierno de la alianza.

Ahora tenemos que cambiar también el gobierno actual. Cambiar la Corte Suprema de Justicia. Cambiar a los gobernadores departamentales. Cambiar a los intendentes. Cambiar a los ministros, a todos los funcionarios públicos, el Parlamento; a Calé, porque pensamos que es corrupto; a Jaeggli, porque pensamos que tiene intereses personales en lo que hace; a Oviedo, porque pensamos que tiene problemas aun pendientes con la Justicia; a Camilo, por su radicalidad y ahora presunta implicancia en corrupción. Todo tiene que cambiar para que funcione.

Y si pensamos que el cambio de gobierno es bueno para la democracia, estamos en lo correcto. La alternancia hace crecer las ideas, evita los "acomodamientos" en los cargos, ayuda al debate y colabora con soluciones. Pero, el cambio que se solicita se hace de boca para afuera, con intención de cambiar lo que está lejos y de ningún modo se intenta cambiar lo que tenemos dentro de nosotros. El cambio de mentalidad. Algo que al parecer no tiene relevancia con los actuales gobernantes, pero que a la larga ayuda a la formación de la sociedad. Si ni siquiera en nosotros mismos existe una coherencia entre lo que decimos y lo que hacemos, ¿vale la pena pedir cambio siempre?

Uno de los problemas radica en que aun creemos que el cambio vendrá de una sola persona o de un grupo reducido de personas. Por eso se creyó que Lugo era el mismísimo "Mesías" que venía a terminar con la corrupción y la pobreza de esta nación.

Pensamos que los que tienen que hacer ese cambio son los que están en el gobierno, los de allí arriba, nosotros no. A ellos hay que cambiarlos siempre. Pero tal vez un día podemos estar sentados en las sillas del gobierno, o nuestros hijos o nietos. Si hoy desde nuestro lugar no enseñamos que todo cambio tiene que partir de uno mismo, estamos sembrando soberbia, que nos hace pensar que todo lo que hacemos está bien, creyendo que lo que hacen los otros, muy especialmente los del gobierno de turno, lo hacen mal y entonces tenemos que volver a cambiar. Comencemos ese cambio con nosotros mismos, en nuestra casa, con nuestros amigos, en la calle, esto hará crecer a una sociedad con conciencia colectiva que el día de mañana sabrá elegir a sus gobernantes, no por su color o ideología precisamente, sino por su idoneidad, capacidad, espíritu de trabajo y sobre todo honestidad. Entonces, preparemos todos ese verdadero cambio.

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