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MATRIMONIO GAY ¿LEYES SIN LÍMITES?

Publicado en Opinión Pública de Última Hora el 12, 13 y 16 de agosto del 2010.

Los siguientes relatos son ficticios. No existe intención alguna de ofender ni de crear confrontación, es una forma de libre expresión de mi pensamiento.

Era el año 1934 y Pedro tenía 39 años de soltería. Nunca se animó a contar el secreto de su vida. Tenía miedo de todo, de qué dirán sus padres, sus amigos y el resto de la familia. Pero por sobre todo su temor era a la represión social y a las leyes que no lo favorecían. Lo que él soñaba era considerado un delito en esa época, algo antinatural, aberrante. Pensaba que era injusto no poder ser libre en sus sentimientos y no poder ser tomado como igual como todas las otras personas, poder casarse, poder adoptar niños. En ocasiones se decía así mismo que probablemente estaba mal lo que sentía, que iba contra todas las leyes, contra lo natural. Pero no podía evitarlo. Se imaginaba que tal vez, en un futuro no muy lejano, eso ya no sería algo anormal y que todo el mundo aceptará, que sería una cuestión de “libertad de elección”. Soñaba con que pudiera expresar sus más profundos sentimientos sin ser discriminado, sin ser señalado, sin ser tratado como un enfermo. No se imaginaba la revolución que sucederá en el mundo con pensamientos similares al suyo. Las organizaciones internacionales, personas con poder y hasta las mismas leyes, se adecuarían al estilo de vida que Pedro soñaba: la libertad de elegir su sexualidad, poder casarse con personas de su mismo sexo, adoptar niños y hasta formar una familia gay. Es más, la ley los protegerá tanto que si otra persona no los aceptaba o los padres no querían esa educación para sus hijos, se los demandaba por “discriminación”. Es la realidad actual de distintos países.

Carlos tenía 25 años. Era el año 1988 y acababa de recibirse de ingeniero agrónomo. En su primer trabajo tuvo que realizar recorridos por el interior, fue donde conoció a Rocío. Se enamoró perdidamente de ella, pero ¡¡tenía 13 años!! Sin embargo su desarrollo físico parecía de una edad superior. Se volvió loco de amor que decidió instalarse en ese pueblito con las excusa de estudiar el suelo de esa región. Sus compañeros le dijeron que estaba loco. Qué cómo puede dejar tanto esfuerzo de la universidad y arriesgarse así con una menor. Él sabía que si los encontraban le podía ir mal. Conocía las leyes pero de igual forma se arriesgaba a tener relaciones con ella. El estupro era delito. Peor aun, ella ni siquiera alcanzaba la edad para que pueda considerarse estupro. Era estar con una adolescente, casi una niña todavía. Se acordaba que hace un año atrás, la chica con quien estuvo tenía 15 años, era la empleada de la casa de su abuela. Cuando tenía 20 tuvo su primera experiencia con una de 16. No era la primera vez que estaba con una menor. Pero no se sintió mal en ningún momento porque hacía algo que según él, sale de sus profundos sentimientos. Se imaginaba que deben existir leyes que no restrinjan la libertad de las personas en decisiones personales. Que un adolescente ya puede decidir sobre lo que quiere. Que si ella decide estar con él es su decisión y nadie la puede privar de eso, ni siquiera los padres. Debe tener la libertad de elegir a partir de cierta edad de la adolescencia. Según estudios que leyó, estaba comprobado que a partir de los 12 años los niños ya empiezan a ser responsables en sus decisiones. Y quizás tenía razón. Décadas más tarde la mayoría de edad iría disminuyendo hasta los 18 años, el matrimonio podía celebrarse a partir de los 16 para el hombre y 14 para la mujer con autorización de un juez. En algunos países piensan que el desarrollo de la autodeterminación del niño hoy en día comienza cada vez más temprano. Tal vez la idea de Carlos llegue a cumplirse en poco tiempo.
Estamos en el 2010 y Luís es un joven de 22 años. Es introvertido, poco sociable, casi no tiene amigos y nunca tuvo novia. Vive para los videojuegos, lo que es normal para un chico de su tiempo. No tiene antecedentes penales ni de mala conducta y es un excelente alumno en la universidad. Pero tiene un problema. Tiene una obsesión por los animales, una atracción que no es normal. Él es conciente de esto y no tiene inconvenientes. Es partidario de la libertad absoluta, siempre que no moleste a los demás. Cree fervientemente que los gustos y acciones privadas deben ser respetados al máximo. Que si él quiere hacer lo que desee con su mascota, es cosa suya siempre y cuando no se exhiba ante los demás. Hoy esto es un delito, una barbaridad, va contra la naturaleza, algo totalmente aberrante y enfermo. Pero Luís está tranquilo. Sabe que en unas décadas más las leyes se adecuarán a su pensamiento liberal y también sabe que existen muchas personas con sus mismos gustos que no se animan a decir nada por temor a la represión social, que los vean como monstruos o fenómenos enfermos. Se acordaba de que lo mismo ocurría con los gay, se los trababa como anormales y hoy son iguales aunque no sean del mismo sexo. —Pero en el caso de ellos la atracción es entre seres humanos y no con animales—pensaba, como teniendo un poco de culpa. —Pero las legislaciones deben primar lo que el ser humano quiere o desee en su absoluta libertad, siempre que no lastime a los demás, y el animal es inferior al hombre, por eso le está sometido— se decía convenciéndose. La historia le dice que la ley es maleable con el transcurso del tiempo y con el “avance” del pensamiento humano se podrá permitir disponer como se quiera de estos seres irracionales, y tal vez de aquí a 30 o 40 años esto será “normal”.

Y es así como el libertinaje del hombre se transforma en “libertad”. Lo que antes estaba mal ahora está bien, aunque se violen leyes naturales. El excesivo individualismo moderno nos hace creer que todo lo que nuestro -yo interior- nos pide se tiene que hacer, que si no somos libres de realizar lo que queremos estamos cercenando esa libertad. Pero hay que recordar que al convivir en un Estado indirectamente renunciamos a una parte de nuestra libertad para que éste pueda dirigir la vida de la colectividad, y es el responsable de velar por la moral de los ciudadanos a través de las leyes. Entonces ¿siempre que existan leyes que intenten protegernos de hechos o situaciones que afectan a la vida del ser humano, su moral o su dignidad se estarían violando los derechos humanos o discriminando a un sector?

Los grupos minoritarios siempre existieron y existirán. Pero no podemos dejar de observar que las libertades tienen un límite entre lo que se puede hacer y lo que no. ¿Quién determina ese imperceptible límite de lo que es correcto y lo que ya no para poder legislar? ¿La ciencia? ¿La religión? ¿Las costumbres? Es el mismo hombre el que actualmente está moviendo esa línea cada vez más lejos, llegando inclusive a traspasar los límites de la naturaleza, poniendo todo tipo de justificativos para encubrir las pasiones y placeres del ser humano.

Si fuéramos seres puramente apasionados y no racionales, muchos hombres, por no decir la mayoría, querrían tener por lo menos 10 mujeres en su lecho (y muchas más fuera de el), por instinto. Hoy día ocurre lo mismo con las mujeres. Pero afortunadamente nuestros sentimientos y emociones se equilibran con la razón que nos limita hasta dónde es correcto llegar. El raciocinio es el que frena, o debería frenar en muchos casos, nuestra parte emocional. El estilo de vida moderno inculcó el pensamiento de querer dar un concepto razonable a lo que es pasional, creando supuestas ideas justificadas científicamente de lo que el ser humano puede llegar a hacer, aun cuando la naturaleza biológicamente lo impide. Vivimos en una sociedad que da énfasis al placer, estándar de la vida contemporánea, como solución a los deseos del hombre.

La idea de que “en todos los países de primer mundo esto es lo normal y eso debemos emular”, no es cierta. Europa va hacia una decadencia del valor de la vida humana con la eutanasia, el aborto, el control de natalidad al extremo que solicitan repoblar algunas regiones, xenofobia, etc. excusándose con la idea de la mejor calidad de vida para las personas, que en el fondo es un disfraz del individualismo extremo. Lo único envidiable de los países europeos y otros de 1er. mundo es su organización en el trabajo y su excelente economía.

La analogía que hice al comienzo es una realidad. Solo es cuestión de tiempo para adaptar las leyes de lo ilícito y transformarlo en lícito, de situaciones enfermizas como la zoofilia y pedofilia que son una realidad, buscando justificativos del infrenable e insaciable apetito pasional del hombre, porque lo que prima hoy en día es la autodeterminación de disponer siempre lo que el hombre quiere en su instinto. Nos quieren hacer entender de que el ser humano nace de una forma pero si no está conforme puede cambiar en su mente y en su estilo de vida, no importa si rompe leyes de la esencia, morales, sociales o éticas, es una cuestión de “libertad” y que si no aceptamos esa idea somos mente cuadradas o trogloditas cavernarios.

Los Estados no se atreven a limitar y hacen apología de igualdad para legalizar la unión entre personas del mismo sexo, intentando racionalizar los hechos basándose en “violaciones de sus derechos” y así dan al matrimonio un concepto abstracto, pero que sin embargo nació y nace de un hecho concreto: la unión de dos personas de sexo opuesto.

Ellos están desde tiempos remotos y seguirán estando entre nosotros siempre. Aprender a vivir con ellos es un panorama que aun no se asimila en nuestro país y en muchos otros, pero están presentes y hay que respetarlos y amarlos como seres humanos, como así también ellos deben respetar a los demás con sus exhibicionismos, pero no dejar que quieran hacernos creer que el hombre puede elegir su sexualidad y consumar ese hecho queriendo unirse en supuesto matrimonio.

NO estoy de acuerdo con el matrimonio de personas del mismo sexo y mucho menos con la adopción de niños. Que quieran convivir como pareja es inevitable y no se les puede reprimir ni perseguir por ello, pero no pueden equiparar a una institución como el matrimonio, no solo por el concepto etimológico de la palabra, sino por el concepto mismo de la esencia de la familia y de la procreación.

La opción de elegir el sexo tal vez se pueda en la mente o en el sentimiento del ser humano, pero no en la esencia que biológicamente ya determinó el sexo desde el seno materno. No es una cuestión de estrechez mental, es una cuestión de concepto moral y natural de la vida, la verdadera vida que proviene de la familia conformada por el hombre y la mujer, o lastimosamente hoy, desde la simple unión carnal de sexos opuestos pero natural al fin, donde se encuentra el génesis del hombre desde siempre.

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